Admitimos que éramos impotentes ante el adicto y que nuestra vida se había vuelto ingobernable.
Llegamos a creer que un Poder Superior a nosotros podría devolvernos el sano juicio.
Decidimos poner nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios, tal como lo concebimos.
Sin miedo, hicimos un detallado inventario moral de nosotros mismos.
Admitimos ante Dios, ante nosotros mismos y ante otro ser humano la naturaleza exacta nuestras faltas.
Estuvimos enteramente dispuestos a que Dios eliminara estos defectos de carácter.
Humildemente pedimos a El que nos quitase nuestros defectos.
Hicimos una lista de todas aquellas personas a quienes habíamos hecho daño y estuvimos dispuestos a enmendarlo.
Enmendamos directamente el daño causado a aquellas personas, siempre que nos fuera posible, excepto cuando el hacerlo los perjudicara a ellos o a otros.
Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocamos lo admitimos rápidamente.
Buscamos a través de la oración y la meditación mejorar nuestro contacto consciente con Dios, como lo concebimos, pidiéndole solamente conocer su voluntad para con nosotros y la fortaleza para cumplirla.
Habiendo obtenido un despertar espiritual como resultado de estos pasos, tratamos de llevar este mensaje a otras personas, y de practicar estos principios en todos los aspectos de nuestra vida.